sábado, 1 de marzo de 2008

Hace varios años encontré en un libro titulado "Lecturas Filosóficas" un texto de Pascal que más o menos decía lo siguiente: ¿Por qué creer en un Dios? (Es decir, ¿por qué creer en un creador del universo, fuente de toda virtud y bondad, que nos ama y nos promete una vida eterna a su lado?) La respuesta es simple: tenemos que ver qué beneficio obtenemos de lo contrario, de no creer en un Dios. Si creemos que no existe un Dios, y resulta que tenemos razón, ¿qué hemos ganado? Nada. Nos moriremos y nada más. ¿Y qué pasa si nos hemos equivocado? Entonces estamos fritos, literalmente. Ser un no–creyente es altamente riesgoso y el beneficio es cero. Por eso, dice Pascal en el texto, la opción más razonable es ser creyente, porque si estamos equivocados, no pasa nada, y si estamos en lo cierto, viviremos por siempre. Pero Pascal no se limita a hacer el papel de asesor financiero, que mide riesgos y beneficios, también nos presta ayuda como asesor estratégico: nos dice qué hacer para efectivamente creer en este supuesto y rendidor Dios. El método a seguir es el siguiente: ir a misa todos los días, rezar con vehemencia, tomar la comunión, confesarse sin pudor alguno. Es decir, practicar la religión como un deportista profesional: en forma metódica y disciplinada. Esto nos llevará a convencernos, nos dice Pascal, porque de tanto hacer algo todos los días uno termina creyéndolo.

Este truco, que podrá parecer bastante burdo, en verdad funciona. Los seres humanos no somos tan racionales como solemos creer. Somos, más bien, bastante débiles. Acomodamos la realidad a nuestros particulares gustos y costumbres, y tendemos a usarnos como medida de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Es en esta debilidad (o virtud, según el punto de vista) sobre la que trabajan todos los libros de autoayuda, desde las novelitas de Paulo Coelho hasta los decálogos como "Manual para Triunfadores". Tú puedes formar tu realidad alrededor como mejor te parezca, nos dicen, siempre y cuando te repitas la suficiente cantidad de veces que eres bello, que eres bueno, que eres inteligente, que puedes hacer lo que te guste, que tu vida es placentera y que lo será aun más. Entonces, si es tan fácil la cosa, ¿por qué a algunos de nosotros nos parece que hay algo torcido en esta forma de pensar? ¿Qué tiene de malo menear el rabo con La mayonesa, pasarse horas y horas hablando de fútbol, traseros o ceviche, casarse, tener hijos y estar contento con tener un trabajo absurdo como vender arena para caca de gatos? Y si nada de esto nos gusta: ¿qué nos impide mandar todo al diablo, bailar sólo lo que nos gusta, evitar las vulgaridades y vivir de algo que nos satisfaga? Para explicar nuestro problema con esta forma de pensar quiero dar algunos ejemplos:

1.- Es usted una mujer afgana. Tiene una carrera y ha desempeñado varios cargos públicos durante el régimen comunista. De pronto el poder es tomado por fundamentalistas islámicos que imponen un comportamiento y una moral que estaba vigente –por decir una fecha– hace quinientos años. Usted tiene ahora que vivir tapada de pies a cabeza, dedicarse a su hogar y a practicar los ritos religiosos que le corresponda cumplir. No puede quejarse, podría irle peor. No puede huir del país, la situación en los países cercanos no es muy distinta. No puede acudir a una embajada y pedir asilo, será usted rechazada y luego probablemente apedreada. Ahora déjeme decirle que si usted sufre, es por su propia culpa. Usted bien podría tener una vida satisfactoria como millones de mujeres que han vivido y viven en una situación parecida. Todo está en su mente, señora.

2.- Ha recibido usted una oferta de trabajo en Moscú imposible de rechazar, y se muda a allá con su mujer y sus hijos. El primer día va usted a recibir instrucciones a la oficina de su jefe, quien lo recibe con un sonoro beso en la boca. Terriblemente indignado, le pide usted explicaciones. El jefe, mirándolo con desprecio, comenta en voz alta que ya le habían advertido que los latinos eran unos malcriados, y luego le dice que vaya a conocer al resto del personal, el cual lo espera con los labios en ristre. Al final del día, en su casa, reflexiona sobre el problema. No puede regresar, porque en su país de origen no conseguiría un trabajo tan bueno como este, y no quiere quedarse, porque varios traumas infantiles (que usted no considera como tales, sino como "lo que un hombre debe ser") no sólo le impide disfrutar de los fraternales besos moscovitas, sino que hacen que éstos le den a usted unas terribles nauseas que lo dejan sin el menor ánimo de trabajar. Pero todo está en su mente, señor, acostúmbrese, vaya usted y bese a su jefe.

3.- Eres un pata común y corriente, y no vez nada de malo en acostarte con una amiga, ni en contarle una sarta de mentiras para que no te rechace. A los dos meses ella te llama muy preocupada porque cree que está embarazada. A ti eso no te preocupa en absoluto, le dices, porque puedes pedir plata prestada a unos amigos para hacer el aborto. Ella te contesta, horrorizada, que no es una asesina. Yo tampoco, contestas, un embrión de dos meses no es un ser humano. ¿Y su alma inmortal?, responde ella aun más horrorizada, y cuelga. ¡Bah, es su problema!, te dices. Pero tus padres se llegan a enterar, y tus hermanos y tus amigos también. Todos te miran mal. Tu madre ya no te habla, tu padre todos los días te dice a gritos que eres un vago irresponsable y te enseña avisos de empleos. Pero aguantas a pie firme, terminas la universidad y consigues una chamba, y entonces te llega una comunicación legal para que cumplas con la manutención del niño, y te das cuenta, cuando vas al cajero automático, de que te han mochado la mitad del sueldo. Así nunca voy a poder tomar los cursos que estaba esperando ni viajar a donde yo quería, te dices mientras regresas del banco, pero en fin, al menos no tengo que cargar directamente con el chico, porque los niños son malcriados, sucios y gritones y no los soporto. Entonces, cuando abres la puerta de tu casa, ves a toda la familia en corro alrededor de un bebé, al que le dicen "¡Mira, Pepito, ya llegó tu papi!" y sientes lo que debió haber sentido Herodes cuando se enteró de que un carpintero flaco y barbón andaba diciendo por ahí que era el rey de reyes. Pero, chochera, todo está en tu mente; cría a tu hijo, sé un hombre de bien y ten una buena vida.

En los dos primeros ejemplos vemos a un individuo que se enfrenta a contextos culturales que no son los suyos. En estos casos, uno puede entender perfectamente cuál es el malestar. Pero son casos extremos, me podrían decir; no tienen nada que ver con la realidad de todos los días. Pero sí ocurre todos los días, lo que pasa es que el proceso es tan lento que la mayoría no se da cuenta de ello. Hace falta ser un inadaptado para percatarse de la enorme cantidad de cosas que la presión de los demás nos quiere obligar a hacer. Es más fácil para la mayoría de las personas entender que un africano le corte un testículo a su hijo como parte de una ceremonia de iniciación, que aceptar que su propio hijo no quiera estudiar, ni trabajar ni casarse. Lo que quiero decir con esto es que los contextos culturales no aparecen de la nada, sino que son creados por las creencias de los individuos. Y un individuo puede tener creencias muy diferentes a los de las personas entre las que ha crecido, como en el tercer ejemplo. Siempre, en todas las sociedades, hay un porcentaje de inadaptados para quienes las creencias de los demás son absurdas. En las tribus antropófagas de Oceanía hay algunos individuos a los que la pachamanca de abuelo les parece la cosa más asquerosa del mundo; entre los espartanos, de cuando en cuando, a pesar de su lacónica educación, nacía un niño capaz de venderle la plaza de armas a Alan García. Traten de decirles a estas personas que lo que deben hacer es dejar de perder el tiempo hablando y empezar a repartir fierrazos o que con la comida no se juega y que mastiquen diez veces al abuelo antes de tragarlo. Es lo mismo que decirle a alguien que no encuentra trabajo como abogado, después de estudiar derecho siete años, pasando por mil sacrificios, que se ponga a vender plátanos, que así tendrá plata para casarse y tener una bonita familia; y también es lo mismo que decirle a un no–creyente que vaya a misa todos los días para lavarse el cerebro por si acaso resulta que Dios existe.

Quien haya leído algunos libros de autoayuda podrá decir que no todos proponen una moral, sino que por el contrario la mayoría tiene un mensaje abierto. Por supuesto que sí. Aquí les va un ejemplo sacado de "Tus zonas erróneas": "Podrías, su realmente decides usar tu cabeza, hacer que el ruido del torno (del dentista) te haga pensar en una hermosa experiencia sexual y cada vez que suene su ronroneo podrías entrenar a tu mente a que se imagine el momento más orgiástico de tu vida. (...) Te resultará mucho más agradable y gratificante dominar tus propias circunstancias dentales que aferrarte a las viejas imágenes y resignarte." Me da escalofríos cada vez que recuerdo esto. La gangrena nos recorre el cuerpo, van a amputarnos de pies a cabeza, ¿y tenemos que aceptarlo con una sonrisa? Un ama de casa se deprime porque nunca tuvo la oportunidad de encontrar qué le habría gustado hacer con su vida, un jubilado a lo único que le encuentra sentido es a trabajar y ahora sólo le queda ver fútbol todo el día, un artista se da cuenta que no le llega ni a los talones a gente que él considera mediocre, ¿y se supone que lo único que tienen que hacer es "cambiar de humor"? Detrás de cada vida insatisfecha hay todo un drama, pero los libros de autoayuda no tienen ni idea de ello, plantean soluciones con la profundidad de pensamiento de una serpentina de fiesta infantil. Uno no puede criticar a la gente que encuentra consuelo en esto libros, ¿qué otra cosa pueden hacer? El problema es que apenas tienen oportunidad le largan a uno el rollo autoayudístico con la mejor intención del mundo pero sin el menor pudor o mesura. Pensar de veras, sacarle las tripas a las cosas, machetear hasta hallar un pedazo de verdad, no, de ninguna forma, eso no se hace, es de mal gusto, parecen decirnos los autoayudados, y eso es lo que a mí me parece inaceptable. Cada vez que me topo con uno de ellos u hojeo un libro de autoayuda me da la sensación de que a uno lo quieren castrado y gordo.